Todavía no he recorrido el mundo, no he tenido el tiempo o el dinero, o los dos juntos a la misma vez. Pero tengo amigos y familiares por todos lados: Argentina, Chile, Brasil, Perú, Venezuela, México, Estados Unidos, Canada, España, Francia, Inglaterra, Italia, Israel, Dubai, India y Australia. Y en todos lados, la tendencia es la misma. Antes cada país se identificaba mucho más con su cultura, ahora, tecnología de por medio, no tanto.
Los jóvenes de hoy creen que ya soy viejo cuando les cuento que hay un antiguo dicho que dice: Todo tiempo pasado fué mejor. Creen que de verdad yo creo que es así. Que soy uno de esos viejos que se han quedado en el pasado y se resisten a crecer y a adaptarse al cambio. Pero no es así. Mi problema es que, estén donde estén estos amigos, no veo que hoy sea el mejor momento para nadie. A lo que me resisto es a vivir el momento sin interesarme por el futuro y sin analizar las experiencias del pasado. Me resisto a vivir la vida como un adolescente que cree todavía cree que los padres no tienen la razón en nada y que cree que todo lo nuevo es mejor, no importa lo que sea, mientras esté de moda, sea lo que el resto de las personas que en su círculo acepta como verdad y no implique el esfuerzo de la espera por la recompensa, sino la satisfación rápida e inmediata.
Mis padres fueron los que me hablaron ese dicho por primera vez, solo porque lo decían mis abuelos, porque tampoco ellos creían en él. “Todo tiempo pasado fué mejor?” No. Mi padre tuvo que trabajar muy duro desde niño para sobrevivir y ayudar a su familia, mi madre también. Pero los dos pretendian labrar un futuro mejor, no solo para ellos, sino también para sus hijos. Lo que hacían, lo hacían pensando en el futuro y en lo que sería mejor y daría mejor frutos, no solo en el ahora, sino en el futuro. Ellos vivieron el hoy muy poco, pero pensaron en el mañana muchísimo. Tuvieron el tiempo y la visión para hacerlo. Y aunque se equivocaron en muchas cosas, como todos en su tiempo, no lo hicieron concientemente. Siémpre creían que estaban haciendo lo mejor. Siempre pensando también en el futuro.
Mis abuelos, por otro lado, apenas pudieron pensar en el futuro. Apenas tuvieron mucho tiempo para vivir su presente. Salir de sus países de origen, adaptarse a otras culturas y a otras lenguas. Adaptarse a tierras a las que habían llegado sin dinero pero con muchas esperanzas de que vivirían una vida mucho mejor. En su mayoría, sufriendo huellas, heridas y pesadillas que después de varias guerras habían desquebrajado su pasado, ese pasado que sí era mejor, porque en él había esperanza.
Pero que es lo que importa en el día de hoy? Sabemos mucho más que los que nuestros abuelos aprendieron en toda su vida. Pero ellos reciclaban. Tenían que ir a las tiendas con botellas y envaces vacíos para que los vuelvan a llenar o cambiar por otros nuevos. Nada de tiraba a la basura. Botellas de vino, de aceite . . . y las galletas, el azucar, la harina, los fideos, todo venía “suelto”, nada envasado o en paquetes descartables.
Y ni que contar de la carne, la verdura, el pescado, el queso, los fiambres.
Las amas de casa iban a las tiendas con sus bolsas de compras, la mayoría cocidas o tejidas por ellas mismas o por las abuelas de la familia. El pan era caliente recién salido del horno, en la panadería de la esquina, todos los días. El lechero entregaba leche pura que había que hervir antes de tomarla.
Cierro mis ojos y me pongo a pensar: cuántas bolsas de plástico, bandejas de telgopor, cajas, latas y envoltorios he tirado a la basura todos estos años? Yo solo. Y multiplico todo eso por todos mis amigos, los de Argentina, los de aquí y los de allá y me dan escalofríos.
Cuando dejamos de pensar en el futuro y pensamos solo en lo que conviene hoy, en lo que hace la vida más rápida y solo más rápida; porque ni es económico, ni es saludable, ni es más sabroso. Todo viene envasado desde quien sabe cuando, lleno de preservativos, pero están al alcance en un estante en el supermercado gigante al que vamos en automobil porque volvemos cargados y a veces sin siquiera haber hablado con un cajero para pagar.
Cuando comenzamosa permitir que nuestros hijos dejaran de jugar en la calle para enfrascarse en sus videojuegos y pararan de comunicarse con el mundo exterior.
Cuando comenzamos a vivir para trabajar, porque el dinero que entra está muy por debajo del dinero que sale y no a trabajar para vivir una vida como Dios manda.
Cuando nos olvidamos que estamos aquí para ser felices y hacer felices a los demás, no para vivir de forma miserable, porque no podemos lograr lo que tiene el vecino, al que le hacemos la vida miserable solo porque logró lo que nosotros no pudimos, sin siquiera ponernos a pensar que ese mismo vecino piensa exactamente lo mismo de nosotros.
Cuando dejamos de compartir fechas importantes con familiares y amigos, porque nuestras obligaciones no lo permiten y los dejamos de lado, cambiando esos momentos irreemplazables por horas extras para ganar más y así poder pagar esos artefactos caros que nos ayudan a sobrellevar nuestra soledad.
La lista es gigantesca. Compramos armas porque decimos que queremos defendernos de los que compran armas, odiamos a los que se aman porque son del mismo sexo, hacemos lo imposible por evadir impuestos pero somos los primeros en quejarnos cuando el govierno corta programas de ayuda indispensable, preferimos tirar a la basura todo los que no usamos porque no tenemos ni siquiera el tiempo para donarlo a quien lo necesita, cortamos un árbol porque nos cansamos de juntar hojas en el invierno, no atendemos la llamada de un amigo cuando decimos que estamos cansados y nos sorprendemos cuando no nos atienden el teléfono cuando somos nosotros los que llamamos . . . La lista es gigantesca.
Qué nos ha pasado. Será cierto que todo tiempo pasado fué mejor? Tiempo en el que se dejaba la puerta de calle sin llavé y se decía “entrá” cuando golpeaban porque sabíamos que era un amigo o vecino que venía a visitarnos, tiempo en el que aprendimos que había que amar al prójimo como a nosotros mismos, tiempos en los que hasta dábamos el diezmo en la iglesia porque sabíamos que ayudaría a los necesitados y que nuestro dinero no iría a parar al nuevo Mercedes que se compró el cura, tiempos en el que nadie le pedía al govierno a no ser que fuera por una verdadera necesidad y se hacía hasta con verguenza, tiempos en los que la ropita de nuestros hijos pasaba de mano generación por generación, y también los zapatos, y los juguetes y los muebles y los autos y las sobras de comida. Tiempos en los que plantábamos un árbol con nuestros hijos y los llevábamos a jugar al parque parque crecieran, jugaran y compartieran al aire libre. Tiempos en los que siempre había tiempo para los amigos y que cuando nos los veíamos por un tiempo nos preocupábamos y éramos nosotros los que íbamos a ver que pasaba . . . Esta lista también es gigantesca.
Creo que sí, me estoy poniendo viejo. Creo que sí, “todo tiempo pasado fué mejor”. Y lo que más lamento es que a pesar del progreso, a pesar de todas esas cosas maravillosas que nos ayudan a sobrellevar la vida cada día, nos hemos olvidado de lo que realmente vale en la vida y definitivamente, al vivir el hoy por hoy, en un modo absolutamente materialista, nos hemos olvidado de amar. Por supuesto que no podemos amar a nuestro prójimo; nos hemos olvidado de amarnos a nosotros mismos. Hemos olvidado de como cuidar de nuestro mundo que tarde o temprano se las va a cobrar. Y sabemos que será así y todavía no nos importa.
Qué nos ha pasado?